Tengo un amigo que dice que las elecciones se deben celebrar el 16 de abril. Según él, ese es el mejor día pues los votantes tienen fresco en sus mentes lo que tuvieron que pagar en impuestos, lo cual pone en severo relieve la relación ciudadano/ gobierno y la importancia de votar. No me imagino que habrían muchas administraciones que revalidarán bajo ese sistema.
Desde hace tiempo Puerto Rico necesita reestructurar su Código de Rentas Internas, una maraña sedimentada de impuestos, sobretasas, exenciones, y deducciones que no recauda lo que tiene que recaudar y no fomenta lo que tiene que fomentar. Ahora, para que la Reforma cumpla con su cometido – para que sirva para apuntalar las finanzas del País, fomentar la inversión, e incentivar el trabajo y el ahorro – tiene que cumplir con unos preceptos básicos.
Primero, la reforma debe ser profunda, de gran alcance, e incluir todos los componentes: las contribuciones sobre ingresos de los individuos y las corporaciones, los arbitrios, los impuestos a las ventas y los impuestos a la propiedad.
Segundo, es importante expandir la base contributiva, dejando a un lado las exclusiones, créditos y exenciones que hacen del sistema uno sumamente complejo. Esta maraña de excepciones no solo produce efectos imprevistos para el fisco – con el resultado de que Hacienda nunca sabe a ciencia cierta cuanto va a recaudar – sino que provoca múltiples distorsiones en el proceso decisional de las empresas al asignar e invertir capital.
Tercero, para hacer que más gente y más corporaciones le paguen al fisco, es importante reducir las tasas. Las tasas altas provocan que los contribuyentes – individuales y corporativos – hagan lo indecible por evadir el pago de impuestos, legal o ilegalmente. En la actualidad, muchas empresas optan por comprar créditos contributivos para descontarlos en la planilla; muchos profesionales prefieren cobrar en efectivo para reportar menos ingresos; y muchos trabajadores deciden “buscárselas” en la economía informal. Es por esto que la base contributiva del País se ha vuelto cada vez más endeble, y el fisco cada vez más raquítico.
Cuarto, es importante simplificar el sistema. El que tenemos es complicado, injusto e ineficiente, y casi imposible de fiscalizar.
Habiendo dicho esto, es importante resaltar otros dos elementos: la importancia de mantener el requisito sobre la radicación de planillas; y la necesidad de implantar medidas que compensen la regresividad de lo que se espera sea un impuesto al consumo más alto que el que tenemos ahora.
La radicación de planillas – aún en el caso de individuos exentos de pagar contribuciones – es un elemento importante para la contabilidad y la transparencia del sistema, y aún más para el funcionamiento ciudadano. Si lo que buscamos es motivar a que más personas entren la actividad económica formal, y contar a la vez con data robusta para formular buena política pública, no podemos implantar una medida que desaparecerá del radar contable a miles de individuos.
Asimismo, aumentar el peso de los impuestos al consumo requiere un delicado acto de balance fiscal, no sea empujemos a la precariedad a miles de contribuyentes de escasos recursos. Estos gastan buena parte de sus ingresos en necesidades básicas – sobre las que pagan IVU – y sufragan impuestos federales tales como Seguro Social y Medicare. Para lograr este balance, entendemos que es importante reintroducir el “crédito por trabajo”, un crédito reembolsable para los trabajadores de bajos ingresos. El mismo no solo funciona como un atenuante de la regresividad de los impuestos al consumo, sino que estimula el trabajo porque depende de que la persona cuente con un trabajo en la economía formal y radique su planilla.
Finalmente, propongo que empecemos a llamar las cosas como son. Lo que le pagamos al gobierno no son contribuciones pues no es voluntario. Nos lo imponen y por lo tanto lo debemos llamar por su nombre: impuestos.
El autor es presidente del Centro para una Nueva Economía. Esta columna fue publicada originalmente en El Nuevo Día el 24 de septiembre de 2014.