Columna de opinión por Crystal Díaz Rojas, Analista de Seguridad Alimentaria de Espacios Abiertos, esta columna fue publicada en la versión digital (8/16/24) e impresa (8/17/24) del periódico El Nuevo Día.
La palabra es el espejo de la acción, decía Solón de Atenas.
Referirse a un evento climatológico como “tormenta platanera” en comparación con un evento de fuerza mayor minimiza el esfuerzo de muchos agricultores. Esa frase que se escucha en el chinchorro y hasta en boca de comentaristas de medios de comunicación cada vez que la Isla sufre de un evento grande de lluvia y viento, como podría ser un huracán, pero resulta en escala ser un evento, aunque dañino, de impacto menor.
De inicio, minimizar cualquier siembra es una falta de respeto al mérito que merece cada uno de los agricultores que apuestan trabajo, tiempo y dinero en sembrar y crecer los cultivos que nos alimentan. Más allá, el plátano es uno de los pocos que producimos casi en totalidad sin necesidad de grandes importaciones. Si tomamos en cuenta que en Puerto Rico se cultivan y consumen 250 a 300 millones de plátanos anualmente, estamos hablando de un producto de alta relevancia nutricional y económica. La pérdida de su siembra es pérdida de todos.
Que en el 2024 una tormenta tropical nos haga vivir las consecuencias que razonablemente el pueblo esperaría ante el paso de un huracán de categoría mayor es motivo de vergüenza y debe ser uno de atención. Puerto Rico está geográficamente ubicado en el trayecto de tormentas y huracanes, por lo que es inevitable vivir sustos o azotes directos cada año. Entonces, ¿por qué no planificamos, nos ajustamos y actuamos bajo esta realidad? ¿Por qué en vez de podar cientos de árboles en montes so color del mantenimiento de las líneas de distribución eléctrica —y de una envenenarnos con un montón de tóxicos— no planificamos otra forma de transmitir la energía eléctrica? ¿Por qué seguimos otorgando permisos de construcción en lugares que nuestro plan de uso de terrenos claramente identifica como inundables o de alto riesgo de deslizamientos de tierra? ¿Por qué no aumentar la siembra de cosechas que se afecten menos ante estos fenómenos —y que tienen igual relevancia en nuestra cultura alimentaria— como son las viandas? ¿Por qué no promover aún más las técnicas de conservación de suelo y siembras policultivo, por aquello de no poner todos los huevos (o los plátanos, en este caso) en la misma canasta?
Claramente, para garantizar nuestra seguridad alimentaria y el bienestar general de un pueblo que vive en el trópico, necesitamos repensar todas nuestras acciones ante la realidad de un cambio climático que agudiza las consecuencias de cada fenómeno atmosférico que pasa por nuestra región. Pero esto no debe ser a costa de minimizar los, ya escasos, esfuerzos agrícolas que se realizan en la Isla. Si las palabras en efecto son espejo de las acciones, entonces dejemos de referirnos a una tormenta como una platanera, demostremos solidaridad con la gravedad y el dolor de perder nuestro alimento y luchemos por ser capaces de adaptarnos a resistir y levantarnos cada vez más rápido de lo que ocurrirá cada vez con mayor frecuencia.
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