El pasado 20 de septiembre, cuando Puerto Rico despertaba para marcar un aniversario más del huracán María, y los titulares de los periódicos daban testimonio al mundo sobre el estado de atraso en la recuperación, por pura casualidad, pero en una paradójica coincidencia, yo despertaba en Whitefish, Montana.
No solo era culminar largas horas de vuelo y amanecer con otro horizonte por primera vez desde que inició la pandemia lo que me chocó esa mañana, sino dónde estaba. Camino a iniciar una jornada de tres días de ejercicios y reflexión sobre equidad racial con líderes de otras 12 organizaciones sin fines de lucro, no podía dejar de pensar en el marcado contraste del ritmo de la recuperación para nuestra población más pobre en contraposición con la ágil disposición del gobierno de otorgar un contrato de $300 millones a un desconocido, pero muy bien conectado celador de línea de Montana a escasos días después del huracán. Contratos sin competencia y a oscuras. Como dice el refranero popular, “no es lo mucho es lo seguidito”.
A cuatro años de María, el camino sigue empinado; para el pobre que sufre cada aviso de formación de tormenta en el Atlántico porque todavía no tiene un techo seguro; para la madre jefa de familia que se muestra serena ante sus hijos y, en su soledad temerosa, se arma frente a la amenaza del huracán, los terremotos y ahora la pandemia.
No podemos olvidar que a escasos seis días después María—cuando las filas por agua y gasolina eran eternas, el trueque era la orden del día a falta de acceso a la banca, el radio de batería era la compañía de muchos esas noches más largas y más oscuras, la falta de electricidad comenzaba a reclamar prematuramente la vida de nuestros seres queridos y a penas los puertos de entrada empezaban a operar—en suelo boricua un amigo del entonces Secretario de lo Interior iluminaba con su celular la mesa donde, en presencia “oficial” se firmaba un contrato, que acaparó notoriedad en los Estados Unidos y Puerto Rico, desde su inicio hasta su disolución final, dos meses después. Era Whitefish Energy, una compañía de dos empleados a la cual el gobierno de Puerto Rico, sin mediar subasta formal o informal, y literalmente, sin competencia, entregó la encomienda de restaurar miles de millas de tendido eléctrico y devolver la luz al país.
Con una población menor que la de la isla de Vieques, Whitefish es sin duda un pueblo pequeño. Una cuadrícula de seis calles perfectamente limpias, cuidadas y adornadas forman el centro urbano del pueblo. Allí en su avenida Central—una calle angosta y más corta que la calle Fortaleza—entre tiendas tipo ‘boutique’ características de los pueblos al pie de las mejores montañas para esquiar en invierno, se encuentra la aventura empresarial más reciente del joven CEO de lo que fue Whitefish Energy. FORLOH, una tienda y marca de ropa deportiva del mismo nombre, lanzada a finales del 2019 donde abunda el camuflaje y las imágenes de rifles y cacería deportiva, y cuyo nombre deriva de las siglas en inglés de “por amor a la caza” (For love of hunting). Una búsqueda rápida en Internet también arroja que el otrora contratista de energía, al inicio de la pandemia pudo adaptar su producción de ropa deportiva rápidamente para suplir mascarillas y otros materiales.
Un depredador para sobrevivir evoluciona, y como un camaleón rápidamente se adapta para sorprender, cazar, alimentarse y subsistir. Qué contratos conseguirá en un futuro, este u otros como él, posiblemente dependerá de la ética y dónde se ubiquen sus amigos.
El camuflaje puede encubrir al más vil depredador, pero la luz y la transparencia nos alertan de su acecho. A cuatro años de María, los que sobrevivimos el huracán, la incompetencia del gobierno estatal y federal de atender la emergencia las semanas y meses subsiguientes, y el acecho de depredadores y cazadores de desastres, tenemos tarea pendiente.
La veda nos conviene a todos, dice la campaña más reciente de conservación de las especies del World Wildlife Fund. Debemos procurar—por nuestra supervivencia y la de aquellos a quienes el sistema ha puesto en desventaja—un gobierno transparente y ágil, de funcionarios celosos de los haberes públicos en lo cotidiano y más rigurosos en las emergencias.
Solamente la acción afirmativa de cada uno de nosotros para lograr un cambio sistémico hacia la total transparencia gubernamental puede revertir este vórtice y desdibujar el cuadro inhumano y desalentador para el 43% de nuestra población que vive bajo el nivel de pobreza.
Esta columna fue publicada en El Nuevo Día el 27 de septiembre de 2021.